2007/02/27

Quiero un yogur SIN azúcar

Ya no me gusta ir al Carrefour Shongjing. Está siempre lleno de gente – sea en fin de semana, entre semana, la noche de Año Nuevo o en el día que lluevan Cerdos dorados del cielo – y, además, huele mal. Huele a calamar frito, a jaozis rellenos de ajo y perejil, a col china fermentada, a churros fritos en aceite de sésamo. Para ir a Carrefour siempre utilizo la misma chaqueta. Es una chaqueta de punto que le robé a mi madre antes de marchar a China, y estoy impaciente por ver como reaccionará ella cuando la vuelva a ver, o mejor dicho, a oler.

Pero lo peor de ir a Carrefour no son las olores ni la multitud. El problema fundamental es que no encuentro los yogures naturales sin azúcar. Resulta que durante los mil años de cultura culinaria china, a los ciudadanos de este país no se les ocurrió utilizar el azúcar ni aprendieron a utilizar una cucharilla, aunque sea para dar vueltas a un lácteo. Así que los fabricantes de yogur, para facilitarles la tarea a los chinos, los hacen siempre edulcorados y muy líquidos. Los venden en packs de 10 o 12 unidades y van acompañados de unas mini-cañitas de plástico para sorber el contenido. El viernes pasado compré un paquete de oferta, con unos 3 litros de yogur blanco, que costaba unos 5 yuanes (medio €). En la tapa indicaba, en inglés y en letras grandes, que no llevaban azúcar. Al llegar a casa abrí uno de ellos y comprobé que el líquido blanco tenía un aspecto descuajado, como si la leche quisiera irse por un lado y los componentes químicos por otro. Su gusto era agrio y fuerte, parecido al del queso de cabra pero con un toque de vómito, según una descripción de Cristian. Busqué la tapa del yogur en el cubo de la basura y descubrí que estaba caducado desde hacía más de tres semanas.

No quiero volver al Carrefour. Ayer me fui a dar un paseo de dos horas y encontré un supermercado de la cadena WalMart gigante, recién inaugurado. Está situado en el sótano de un nuevo complejo de edificios de oficinas llamado Wanda, en la avenida Janguomenei. De noche, las luces de la calle se reflejan sobre la fachada acristalada del edificio y aparecen intermitentemente entre la espesa capa de niebla que provoca la contaminación. El interior de WalMart es limpio, blanco, impoluto. Todo lo se vende allí está plastificado y no desprende olor. Los americanos saben hacer bien las cosas.

Es cierto que en China todo parece estar empaquetado de manera excesiva. Cada rollo de papel de water está envuelto en plástico. Los palillos de usar y tirar, de madera, llevan un envoltorio de papel. La gente pasea por la calle cargada con bolsas de plástico. Los restaurantes permiten llevarse a casa los restos de comida en recipientes de usar y tirar. Sólo hay que decir: “bao-dao” y la camarera traerá unos “tuppers” de cartrón y meterá las sobras dentro, utilizando tus palillos. Los tuppers son de mala calidad y no pueden ser reutilizados.

El domingo pasado fuimos a comer a un restaurante perdido en medio de un recinto de fábricas cerca de casa. La chimenea de ladrillo no paraba de sacar humo. Aquí trabajan los 7 días de la semana, 24 horas. Era el típico lugar donde la carta del menú está escrita en chino y no hay imágenes de los platos. La única opción para conseguir pedir algo (a parte de arroz o tallarines, que ya hemos memorizado como se llaman: mú-fan y mian-tao) es levantarse e indicar con el dedo lo que te parezca apetecible de las otras mesas del restaurante.

Tuvimos suerte. Nos trajeron un plato de carne de cerdo salteado con cebollas y setas y recubierto de hilos de tortilla. Buenísimo.

El segundo plato fue más arriesgado. Pedimos “gongbaojiding”: pollo con cacahuetes fritos, cebolletas y chiles, en honor a Wöltje, nuestro amigo de Berlín que vivió en China durante una larga temporada. Lo único que nos recomendó Wöltje de China fue este plato picante que nos hizo gotear la nariz durante toda la comida. Y como sobró mucho, hicimos “bao-dao” y nos llevamos los restos a casa. La salsa roja y pegajosa se desparramó toda al cruzar corriendo la avenida de seis carriles que hay enfrente de nuestro bloque. Mejor salvar el pellejo que el pollo.

A.

1 comentario:

Elena Guirao dijo...

Hola,
Superinteresantes vuestros comentarios sobre la cotidianidad de China o quizá debería decir de las grandes ciudades Chinas. Parece que poco o nada tienen que ver Beijing con las rústicas zonas mayoritaris en el pais.
Hoy también yo estuve en el carrefour comprando yogures naturales y sin azucar, aqui no me ha supuesto ningun problema , pero que duro puede ser no encontrar algo tan simple y a lo que nuestra sociedad del bienestar nos tiene acostumbrados.
En unas horas tomaré un avión para Hong Kong y de alli entraré en China por Shenzhen (cuestión de oferta en el vuelo), no voy a quedarme muchos dias,así que aunque me gustaría mucho no me será posible visitaros.

Lucas está deseando presentarse en vuestro nidito y ejercer de okupa por unos dias.

Muchos besos y a seguir con vuestras crónicas que tanto nos gustan.

elena