2009/03/10

Propaganda para "entender" los últimos 50 años en Tíbet

Para visitar una de las exposiciones más concurridas de Pekín estos días no hay que pagar entrada, pero sí hace faltar pasar por un riguroso control de seguridad, incluyendo el cacheo y el detector de rayos-X. Bajo el nombre “50 aniversario de las Reformas Democráticas en Tíbet”, la exposición reúne decenas de fotografías y montajes audiovisuales que, según su patrocinador - el gobierno chino - muestran el desarrollo social y económico logrado en Tíbet durante los últimos 50 años liderados por el Partido Comunista. Sin embargo, las extremas medidas de seguridad en la entrada y la cantidad de agentes que deambulan por la sala con cara de aburridos denotan que la exposición, inaugurada hace dos semanas, puede despertar hostilidades. Para los tibetanos, este mes es para conmemorar el 50 aniversario del levantamiento popular que forzó el exilio del Dalai Lama y el primer año de las revueltas violentas en Lhasa, que desencadenaron en una brutal represión china sobre Tíbet.


un pekinés observa imagen del encuentro entre Mao Zedong, Dalai Lama y Panchen Lama en Pekín, 1954

“Hasta hoy no sabía nada de lo que ocurría en Tíbet antes de 1959”, dice Zhang Zhenjie, un jubilado de 67 años, mientras contempla las copias de varios instrumentos de tortura utilizados en las cárceles tibetanas en los años 50. Todo el material expuesto sirve para argumentar la versión oficial de lo que era Tíbet antes de ser “liberado” por China: un reino feudal y primitivo, sometido a la miseria y al autoritarismo religioso del Dalai Lama. En un momento de máxima tensión en Tíbet, donde el ejército se encarga de suprimir cualquier intento de revuelta, Pekín ha optado por un enorme despliegue de propaganda– que incluye desde exposiciones y artículos de prensa, a la proyección de documentales sobre Tíbet en las salas de cine – para ganarse el apoyo popular y fomentar el patriotismo. En estos momentos, Tíbet y las regiones tibetanas de China, concentradas en las provincias de Sichuan, Gansu y Qinghai, viven una especie de “estado de excepción” no oficial, gracias al mayor despliegue del ejército chino desde el terremoto de Sichuan, en mayo del año pasado. El acceso a decenas de pueblos y monasterios tibetanos ha sido bloqueado y la población autóctona vive sometida a un estricto control policial. En especial, los monjes, acusados de iniciar las revueltas del año pasado. El gobierno chino de Tíbet admitió ayer que se han intensificado las patrullas en la región y las fronteras con Nepal e India para evitar “posibles revueltas incitadas por los seguidores del Dalai Lama y por grupos de occidentales que apoyan en la independencia de Tíbet”, según el diario China Daily.
“Nos hemos pasado todo el día con la policía”, explica por teléfono Ylenia, una periodista italiana, desde Xining, capital de Qinghai. Después de estar retenida durante horas en un control de policía en la carretera, Ylenia logró llegar hasta el monasterio de Longwu, hogar de 400 lamas tibetanos, a unas 4 horas de coche desde Xining. En un cuarto de hora, la policía entró a buscarla y la sacó del monasterio. Las restricciones a la prensa extranjera para acceder a las regiones tibetanas hacen muy complicado dar una visión ajustada de lo que ocurre en Tíbet. Hace diez días, un monje tibetano de Lithang, en Sichuan, salió a la calle ondeando una bandera tibetana y gritando consignas a favor del Dalai Lama, y después intentó quemarse a lo bonzo, según las organizaciones protibetanas en el exilio. A su acto de protesta se sumó una manifestación de un millar de monjes, pero la agencia de noticias Xinhua, sólo admitió el ingreso de un monje con quemaduras en el hospital. Las diferencias de información entre Pekín y el exilio tibetano – con intereses opuestos - saltó a la vista el año pasado, tras las revueltas de Lhasa: según el gobierno chino, en los asaltos murieron 19 ciudadanos chinos, uno policía. Según las organizaciones tibetanas en el exilio, más de 200 tibetanos murieron durante la represión policial posterior a las revueltas, y más de 1200 permanecen desaparecidos.
Al margen del contacto con vendedores ambulantes de artesanías, el conocimiento de los chinos sobre los problemas de la población tibetana es escaso. La prensa china está censurada y no puede publicar algo que pueda poner en duda la política de Pekín para Tibet. La exposición incluye fotografías de la construcción de la “autopista de la Amistad”, la primera autopista de Tíbet, de escuelas y bloques de apartamentos modernos levantados con dinero de Pekín, y tablas que indican el aumento de la productividad en el campo durante los últimos 50 años. “La situación de los tibetanos seguirá desarrollándose gradualmente”, dice convencido un matrimonio pekinés, que visita la exposición. En una vitrina cercana se expone una copia del famoso “Artículo 17”, un acuerdo firmado entre Mao Zedong y el Dalai Lama en 1951, en el China se comprometía a respectar la cultura y las formas de gobierno tradicionales de Tíbet. Pero el acuerdo nunca se respetó. Y tras ocho años de represión religiosa y la colectivización forzada de las tierras, que hundió a la población autóctona en la pobreza, Tíbet explotó.