Show en el Palacio del Pueblo
Este fin de semana empezó el show político más importante del año en China, las sesiones legislativas de la Asamblea Popular. Se desarrollan durante dos semanas en el Palacio del Pueblo, el edificio de estilo socialista con más lámparas que he visto en mi corta vida. Ni la torre de Stalin en Varsovia ni los ministerios que he visitado en Hungría, ni los múltiples edificios de la ex DDR que hay en Berlín están a su nivel 'lamparil'. Supongo que en los países de la ex URSS sí debe haber otras piezas de cuidado.
No os voy a hablar de política sino del jaleo mediático que montan los chinos. Perdonen los lectores de China porque mis opiniones serán posiblemente propias del ignorante que acaba de llegar, pero voy a juzgar: me da la impresión que el método de trabajo de los medios de comunicación chinos generalistas (no los más críticos, que los hay) pretende emular el estrés informativo de Occidente. Y para un observador externo, esta manera de actuar se antoja surrealista: son tremendas las carreras que se pegan las televisiones, agencias de noticias y radios de un lado a otro del los pasillos para tomar las declaraciones del diputado de turno en sus 5 minutos de traslado al exterior del (pseudo) parlamento, cuando al final no dice nada que se aleje del discurso oficial (¡que hará el/la pobre rodeado de 30 cámaras!). ¡Incluso hace dos días vi como una de estas melees periodísticas desplazaba unos metros un jarrón gigante de no sé qué dinastía de hace no sé cuantos siglos y que le quitó el hipo a medio servicio de seguridad!
La información es pobre, unilateral, y prueba de ello son las ruedas de prensa, en las que el periodista que pregunta es foco de todas las cámaras. Como si fuera un bicho raro o un miembro del debate político. ¡Pero es que de eso se trata! Como no hay rival dialéctico, a la usanza de la democracia parlamentaria occidental, se han de contentar con la figura del periodista. Y con periodistas las preguntas de los cuales, en las ruedas de prensa, han de pasar antes por el filtro del gobierno. El periodista seleccionado sólo ha de levantar el brazo (entre una multitud que también lo hace) y espera a que el dirigente de turno le elija y lea la respuesta
debidamente preparada.
El régimen quiere lucir pluralidad y tolerancia, permite que se editen grandes cantidades de publicaciones e insiste en lo abierta que se ha vuelto China para la prensa internacional. A los periodistas occidentales nos hacen fotos por doquier y nos piden las televisiones para entrevistarnos. Es más de lo mismo, sustituir la escasez de contenido.
Luego está su papel real como periodistas: en una rueda de prensa he sido testigo de cómo una sala con cientos de personas murmurba en señal de reprobación ante la pregunta de un colega que juzgaba alejados de la realidad a los políticos chinos. Yo creo que no es deber del periodista juzgar, pero tampoco el de sus compañeros de hundirle para halagar al poder.
Dudo de su profesionalidad porque les he visto haciendo cola para que militares de alto rango, actores y políticos les firmen autógrafos y posen con ellos para la foto del recuerdo.
La foto souvenir de rigor de perioistas y diputados es sobre todo una en la que posan desde la tribuna de oyentes de la sala de congresos. Otra puede ser la de cualquiera de los objetos o recuerdos históricos que guarda el edificio. Yo me quedo con un cuadro de estética estalinista de un tal Liu Yuti. En él aparecen todos los mitos de la República Popular China y lo sorprendente del lienzo es que es del año 1999. ¡De hace sólo ocho años, cuando ni en los años más fieros de la URSS se pintaba semejante vergüenza propagandística!
El cuadro no lo reproduzco entero porque no se lo merece. Sólo ofrezco la imagen de un grupo en el que reconoceréis a Deng Xiaoping (el bajito) y en el que también aparece un señor que seguro que también es famosísimo pero que yo, a partir de ahora, cuando me lo encuentre en los libros de historia, le recordaré por el pinganillo de matón de discoteca que lleva en la oreja. ¡Qué raros son los artistas!
C.
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