Paso a comentar los cuatro factores que, como comento en mi texto anterior, me han despertado del Pekinazo y me han devuelto las ganas de compartir con vosotros mis impresiones de China.
1. La Nieve de Primavera
En Pekín no sólo nievan copos de porexpan en primavera, como ya explicó Cristian en una de sus entradas, haciendo referencia a los trocitos de plástico blanco que caen de las obras de edificios en construcción. Hoy en la ciudad nievan copos blancos, como si fueran de algodón, que caen de un árbol parecido al plátano. Van de un lado a otro, empujados por el viento y los ciclistas pedalean con los labios bien apretados para que no les entre ninguno en la boca. Los copos blancos bajo un inesperado cielo azul, junto a los primeros paraguas abiertos de las chicas que se cubren del sol mientras pasean, ofrecen una imagen exótica de Pekín en primavera. La gente camina por la calle con las bolitas blancas enganchadas en el cabello y en la ropa, y en algunas estaciones de autobús, los copos se acumulan en capas de más de 5 cm. de grosor.
Le hemos preguntado a un taxista de dónde venían los copos, y nos ha respondido algo parecido a “yang shu”. Buscando en el diccionario, he encontrado que “yang” significa cordero y “shu” es árbol. La definición tendría su lógica, porque los copos blancos son parecidos a las bolas que se forman en los jerséis de lana. Pero una amiga peruana que habla muy bien el chino me ha dicho que mi traducción no es cierta, así que tendré que olvidarme de que en China existe el “árbol oveja”.
2. El gran moco
Algunos viejos del barrio deben tener alergia a la primavera. Cuando volvía a casa, caminando a pie por la calle Bai Zi Wan Nan, me he cruzado con un señor mayor que, después de tirar la basura en un container, se ha dado la vuelta, se ha llevado la mano derecha a la nariz, y, apretándola con fuerza y expirando aire al mismo tiempo, ha conseguido echar un par de centilitros de moco líquido por los orificios nasales. Una vez los mocos fuera, el viejo ha sacado el pañuelo del bolsillo y se ha limpiado los restos que le colgaban en la nariz y la barbilla.
Como el ruido nasal y el sonido del moco cayendo al suelo son parecidos al que acompaña a un clásico escupitajo chino, al principio me ha costado comprender lo que veían mis ojos. Pero partir de ahora, en mis paseos por el barrio, procuraré distingir entre un charco de saliva y uno de moco.
Las autoridades de Pekín, que acaban de iniciar una campaña para enseñar buenos modales a sus ciudadanos para mejorar la imagen de la ciudad durante los Juegos Olímpicos, todavía tienen mucho trabajo por delante.
3. Adiós a la intimidad
El tercer fenómeno de hoy lo he experimentado en el lavabo público del Estadio de los Trabajadores, junto al restaurante donde estábamos comiendo, que no tenía baños.
En Pekín hay lavabos públicos en cada esquina. La mayoría de hutongs, los barrios residenciales tradicionales de casitas bajas con patio interior, no tenían baños ni agua corriente, así que las autoridades colocaron servicios públicos para evitar que la gente hiciera sus necesidades en la calle. Según el barrio, pueden estar más o menos limpios.
En los servicios del Estadio de los Trabajadores, que está en obras para su puesta a punto para los juegos olímpicos, la mayoría de los usuarios son trabajadores de la construcción y empleados de los restaurantes cercanos. Pero generalmente, los chinos no tienen reparos en utilizar este tipo de baños. En los que hay junto a la estación de metro de GuoMao, el barrio de oficinas más pijo de Pekín, he visto entrar a mujeres vestidas con traje chaqueta y a vendedoras de moniatos al mismo tiempo.
Mi experiencia en el baño del estadio ha sido especial. La mala olor y la falta de papel de váter no me han sorprendido, pues es algo habitual. Tampoco me ha resultado extraño ver que las letrinas, seis agujeros en el suelo, separados uno del otro por un simple tabique de plástico, no tenían puerta y dejaban al descubierto a la mujer que en ese momento hacía pis de cuclillas. Una chica joven equipada con guantes y mascarilla, y con un mocho hecho a base de tiras de ropa vieja ligadas al extremo de un palo de madera, limpiaba el retrete de la entrada.
He escogido el retrete del fondo para evitar que las mujeres que llegaran al baño tuvieran que pasar frente a mi váter y me vieran haciendo equilibrio sobre mis rodillas y evitando que cualquier prenda de ropa tuviera contacto con el suelo.
Cuando ya estaba a punto de empezar a hacer pis (en lugares como éste se le pasan a uno rápido las ganas de cagar), la mujer de la limpieza se ha plantado delante de mi retrete, apoyando el brazo derecho sobre el palo de la fregona, y ajustándose el guante con la mano izquierda, a esperar a que yo acabara para poder lavar mi letrina. Al principio me la he quedado mirando, con cara suplicante, para que se fuera. Pero ella no ha entendido mi mensaje. Entonces he bajado los ojos para no verla, y he intentado concentrarme en hacer lo que tuviera que hacer lo más rápido posible. No ha habido manera. Como pija y europea que soy, necesito intimidad para hacer mis necesidades fisiológicas.
4. El gimnasio
En los nuevos barrios para ricos de Pekín abren un gimnasio en cada manzana. Son nuevos, están bien equipados, con piscina y máquinas de correr con pantalla para ver la tele integrada, y ofrecen clases de aeróbic, step y hasta de bailes latinos. Los promotores de los gimnasios reparten folletos en los centros comerciales y casi te obligan a que te apuntes su teléfono de móvil para que les llames si decides apuntarte. Cobran una comisión por cada cliente nuevo que consiguen.
Yo me he apuntado a un gimnasio en el compound residencial donde vive una amiga mía. Se llama O-zone y el precio anual del club es parecido al europeo: sale por unos 30 euros al mes. La mayoría de los socios son chinos con un poder adquisitivo elevado. Las chicas van vestidas con equipos deportivos de última moda y bambas de marca, y me miran sorprendidas cuando ven que una occidental viene vestida con una camiseta agujerada de Tintin que le va grande y unas bambas chinas de imitación, compradas en el Carrefour por 20 euros.
Hoy a las 6 de la tarde había una clase de “aero-latin”, una mezcla de aeróbic con salsa, según indica el folleto del gimnasio. La sala estaba llena, pero he conseguido colocarme en una esquina, al lado del altavoz. El profesor, un joven chino y musculado y con pinta de homosexual, equipado con un micrófono portátil, empieza la clase con unos movimientos básicos de cadera que las chinas parecen saberse de memoria.
En la clase hace calor, y tanto el profesor como las chicas sudan. Pero los chinos, a diferencia de los occidentales, no huelen mal cuando sudan. En los supermercados de Pekín es difícil encontrar un desodorante.
La música techno suena por los altavoces a todo volumen y los gritos del profesor, que mezcla el chino con palabras en inglés como “one-two-three”, a penas se oye.
- Can you listen to me???? – grita, mirándome a mi, en un momento de la clase en que todas las chicas hacen un paso de “mambo” hacia la derecha y yo lo hago hacia la izquierda.
- Yeeees!! I can listen very well but I don’t understand anything you say! – le respondo, para hacerle comprender que por mucho que grite, si grita en chino, no voy a entenderle.
Una clase de “aero-latin” en China tiene muy poco de latino, porque en ningún momento ha sonado música en español. Pero las chinas, aunque no tengan el salero de una dominicana bailando salsa, memorizan bien los pasos del profesor y mueven los hombros y las caderas sin vergüenza, al contrario que yo y que muchas de las occidentales que bailan salsa por primera vez. Me voy con la impresión de que la sociedad china tiene menos tapujos respecto al lenguaje corporal y sexual.
A.