2008/03/23

Triste día hoy, Pepe Comas se fue. (Intentemos alegrarlo un poco)

La 'Love Parade' reúne a medio millón de seguidores, cifra límite para su supervivencia
El desfile, con menos gente que otros años, tomó el centro de Berlín al ritmo del 'techno'

JOSÉ COMAS - Berlín - 13/07/2003. EL PAÍS
La arteria central de Berlín, la calle del Diecisiete de Junio, se convirtió ayer en una gigantesca pista de baile bajo un atronador bum-bum, bum-bum, bum-bum. Medio millón de seguidores acudieron a la mayor concentración de música techno del mundo, se asolearon al comienzo de la Love Parade (Marcha del Amor) y continuaron bailando bajo la lluvia con los chaparrones de la tarde. La 15ª edición de la Love Parade, que se celebró ayer bajo el lema "Reina el amor", atrajo mucho menos público y menos camiones con pinchadiscos que en pasadas ediciones. La caída de asistencia pone en peligro el futuro de la Love Parade, que por debajo de los 500.000 asistentes no resulta rentable.
Bajo la severa mirada de los mariscales Bismarck, Roon y Moltke, alrededor de la estatua de la Victoria, se concentró el medio millón de asistentes en un happening que se puede situar a medio camino entre el descenso del Sella y los carnavales de Río.
La fiesta divide las opiniones de los berlineses. Unos la consideran una concentración de orgía y desenfreno, un atentado contra los sacrosantos principios de la tranquilidad, el orden y la limpieza que constituyen un imperativo categórico para los viejos alemanes. Un ciudadano llamado Haiko Noltemeyer intentó incluso prohibir la marcha con el argumento de que constituía un atentado contra las buenas costumbres y un escándalo público por la abundancia de carnes desnudas. No tuvo éxito y la justicia rechazó su demanda.
La fiesta se celebró, aunque este año se instaló una barrera metálica de 4.600 metros para impedir que entrasen los vendedores no autorizados por la organización y que se destrozase el césped del Tiergarten, un magnífico parque en el centro de la capital alemana. Para intentar paliar la acumulación de porquería, se ideó esta vez el mecanismo de exigir medio euro por cada botella vendida. Se intentaba así que las devolviesen, en vez de dejarlas tiradas por el suelo. También son dignos de comprensión los vecinos que se quejan de que la Love Parade destruye los tímpanos con esa música que responde al nombre de techno, atronadora, monótona y penetrante.
Los defensores de la fiesta argumentan que ofrece una imagen relajada y diferente de Alemania, la hedonista en vez de la malencarada. Al mismo tiempo, la marcha resulta un negocio para el turismo berlinés en una ciudad que se encuentra en bancarrota. Se estima que unos 100 millones de euros fluyen de los bolsillos de los ravers, que así se denominan los asistentes al jolgorio, a la economía berlinesa.
El gran gurú de la Love Parade, Matthias Roeingh, más conocido por su alias de Doctor Motte, el pinchadiscos de 43 años que inventó la fiesta hace 15 años, no pierde ocasión de fustigar el provincianismo y la mentalidad pequeñoburguesa de los que se oponen a su invento. Según Dr. Motte, "los berlineses deberían seguir un curso de urbanidad para aprender cómo se trata a la gente". Sostiene el famoso pinchadiscos que la Love Parade constituye una valiosa aportación a la paz mundial, como "contrapunto al odio, la intolerancia y la codicia". Y argumenta que la Love Parade berlinesa ha creado escuela y marchas similares se celebran en México, Tel Aviv o Ciudad del Cabo.
Atraídos por la fiesta, un grupo de españoles en el que se mezclaban bomberos aragoneses, médicos en espera de una plaza de MIR y chicas canarias que estudian traducción en Alemania llegaron a Berlín. Óscar Gil, un médico de Zaragoza de 24 años, se cubría con una bandera con el escudo de Aragón y se lamentaba de que "nos confunden con catalanes". Gil explica que lleva la camisa más hortera que pudo encontrar en una tienda de todo a un euro, "la gente aquí lleva esas cosas, y yo no me la pondría en Zaragoza por nada del mundo". De la Love Parade, al médico zaragozano le gusta "el ambiente, la gente y el buen rollo". A su lado, un bombero de Zaragoza llamado David hace propaganda de sus cualidades con una pintada sobre la piel del pecho. El texto dice Sex machine (Máquina sexual) y una flecha apunta hacia el lugar donde se encuentran sus atributos viriles. Las canarias Gema Ortega y Penélope Torres, de 21 años, disputan sobre la diferencia entre el bakalao y la música techno y se preocupan de que sus padres puedan enterarse de que beben calimocho.
No abundaban los desnudos, salvo escasas excepciones. Algunas chicas llevaban como única indumentaria pintura y otras tapaban sus pezones con esparadrapo. Unos tipos rapados de Hannover tapaban sus vergüenzas con un insignificante pajarito. Karin Federlein constata que la moda de este año son los trajes de piel de vaca. La mayoría de los jóvenes no han venido a reivindicar un mensaje político, sino a pasarlo bien y escapar de la tristeza cotidiana en la provincia. "La música es lo importante, y pasarlo bien. No tenemos ningún mensaje político, ni somos maricas", explica Marcel Manssur, un joven de 19 años, "lo único que sí es una mierda son estas madres con sus cochecitos para los niños en las aceras. Éste no es un sitio para ellos. Queremos celebrar sin que nadie nos estorbe". Marcel, aprendiz de cocinero, vive en Münster, en el oeste de Alemania, en la Westfalia profunda católica y conservadora. Para él, la Love Parade es una gran aventura urbana. Como a él, les pasa también a muchos jóvenes que esperaban desde la madrugada del sábado en la plaza de la Victoria.Al oscurecer, la fiesta continuaba, los pinchadiscos se lucían desde los camiones y se esperaba para la noche el mensaje de Dr. Motte. El bum-bum, bum-bum atormentaba los oídos y los ravers seguían bailando bajo el sol y la lluvia, que se turnaban.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perquè vegis que la gent sí que mira las naranjas.

José Comas, periodista
GUILLERMO ALTARES 22/03/2008

José Comas (La Vega de los Caseros, 1944) fue un gigantesco reportero. "¿Cómo debería ser el individuo que se dedica a la profesión periodística?", se preguntaba Ryszard Kapuscinski. "Debería ser sabio, capacitarse ininterrumpidamente, debería tener sentido de la responsabilidad, debería respetar las normas de la ética, debería amar su trabajo. Pero también debería ser un hombre abierto a otros hombres, a otras razones, a otras culturas, tolerante y humanista". Si a todo esto añadimos una desbordante pasión por el fútbol y algunos arranques homéricos de mal genio, de los que el mismísimo capitán Haddock se sentiría orgulloso, tendríamos una muy buena definición de lo que fue Pepe Comas, corresponsal en Alemania, México y Argentina, además de enviado especial a decenas de países. A través de sus crónicas para EL PAÍS, al que se incorporó en abril de 1981 en Bonn, se puede trazar un retrato, lleno de inteligencia y de perspectiva, de lo que ha ocurrido en el mundo en las últimas tres décadas.

Ha sido necesario un linfoma No-Hodgkin, contra el que luchó durante tres años con una fuerza que ni siquiera los médicos podían creer, para acabar con este gigante asturiano, para silenciar su mordaz sentido del humor y sus crónicas. En un oficio en el que muchos se retiran a sus cuarteles de invierno en cuanto pueden, Pepe Comas siempre quiso ser lo que fue desde que, en 1976, decidió abandonar sus clases de español en Alemania para dedicarse al periodismo: un reportero. Recién contratado en EL PAÍS, Pepe Comas cargó un camión de naranjas, junto a un periodista brasileño, y salió de Bonn en dirección a la entonces República Democrática Alemana para entrar en Polonia, donde el general Jaruzelski acababa de decretar la ley marcial.

Era diciembre de 1981 y los periodistas tenían terminantemente prohibido la entrada al país pero, gracias a los víveres, logró burlar a los aduaneros polacos y escribir una serie de extraordinarios reportajes.

Desde aquel invierno polaco, Comas hizo lo mismo en decenas de países, en las guerras centroamericanas de los ochenta, en los golpes de Estado de los carapintadas argentinos, en las favelas de Río de Janeiro o en los barrios marginales de Haití, bajo las bombas de la OTAN en Belgrado o en el Kosovo de la inmediata posguerra: saltarse las trabas impuestas por el poder para que los periodistas no puedan narrar lo que ocurre. Cuenta Pierre Assouline en una biografía de Albert Londres, el padre del reporterismo francés, que un general se acercó a un grupo de periodistas que estaban en el frente, durante la I Guerra Mundial, y les dijo: "Ya están ustedes otra vez donde no deberían. Por eso leemos los periódicos".

Pepe Comas se pasó media vida allí donde no debería y sus lectores se lo agradeceremos siempre. Su mujer, Ana Lorite, compañera en la sección de documentación de EL PAÍS, le ayudó a recuperar todas sus crónicas y las encuadernó en 25 tomos que formaban lo que Pepe llamaba la Egoteca. Leer esos extraordinarios textos periodísticos es un auténtico lujo por su estilo –certero, claro, irónico–, por su talento para atrapar al lector desde las primeras frases, por la inteligencia en la elección de los ángulos y por su capacidad para detectar la historia mientras ocurre. Y no es ninguna exageración. "Su aspecto enclenque, acentuado por su ceguera, lo convertía en un autómata inválido pendiente del lazarillo de turno. Era Joaquín Balaguer la antítesis de la imagen del caudillo latinoamericano" arrancaba una de sus miles de crónicas.

"Las crónicas y los premios son la mejor píldora contra la depresión", dijo Pepe cuando le concedieron, el pasado mes de mayo, el premio Salvador de Madariaga por su labor desde Alemania, país en el que fue corresponsal en tres periodos diferentes, dos en Bonn y un tercero en Berlín, donde le vino a visitar el horror del linfoma. Pero nunca dejó de escribir: publicó casi 200 crónicas durante el año 2007 en los huecos que le dejó su lucha contra el cáncer, al que sobrevivió durante tres años gracias a su fuerza telúrica y al amor y la energía de Ana Lorite. Como en la escena inicial de Broadway Danny Rose, en la que varios cómicos rememoran a un personaje maravilloso interpretado por Woody Allen, un grupo de amigos recordábamos recientemente anécdotas de Pepe, sus cabreos descomunales –casi mata de un infarto a un colega cuando se puso a gritar a un soldado alemán en Kosovo, mientras le apuntaba a la cabeza, que si tenía huevos le disparase o que sino le dejase pasar para que pudiese trabajar en paz–, su generosidad con los jóvenes periodistas, su inagotable sentido del humor, su sinceridad descarnada, su inmensa cultura, sus cenas de quesos asturianos, sus jornadas interminables de fútbol, sus carcajadas de gigante bueno de pelo blanco.

Pepe deja dos hijos –Andrea Libertad y José, ambos periodistas–, un nieto y muchos discípulos, periodistas que consideran que uno de los grandes privilegios de su carrera ha sido haber podido aprender el oficio junto a él. “Todos los hombres son mortales, pero para cada hombre su muerte es un accidente e, incluso si la conoce y acepta, una violencia a destiempo”, escribió Simone de Beauvoir en Una muerte tan dulce, un libro en el que narra la lucha contra la enfermedad de su padre. "La muerte como tal no me asusta: tengo miedo del salto", escribe Beauvoir en el mismo libro. Como en el cuento iraquí, Pepe tenía desde hace tiempo una cita en Samarra pero, como hizo durante 30 años de periodismo, se debatió hasta el final contra un poder que trataba de impedir que hiciese su trabajo. Nunca le olvidaremos y nos ocuparemos de que las siguientes generaciones de periodistas conozcan el legado de un gran reportero.