2007/09/23

Erasmus en Pyongyang

En las universidades chinas, sólo los mejores estudiantes tienen opción de irse a estudiar al extranjero. ¿Y qué destinos puede elegir un estudiante de Coreano (“Korean Studies”)? Si tiene dinero, Seúl o alguna ciudad universitaria de Corea del Sur. Y sino, Pyongyang, que la estancia sale gratis.

“Si quieres adelgazar, lo mejor que puedes hacer es vivir en Pyongyang”, explica Ao Ze, el nombre coreano de una estudiante china de 22 años que el año pasado estuvo de intercambio durante nueve meses a la capital de Corea del Norte. Ao Ze tiene 22 años y es una de las mejores estudiantes de Coreano de la Universidad de Yanji. Esta ciudad es la más importante de Yanbian, una región del norte de China, fronteriza con Corea del Norte, donde al menos el 40% de la población es de minoría chino coreana. Ao Ze no es chino-coreana, sino que pertenece a la etnia mayoritaria Han. Estudia coreano porque cree que eso le ayudará a encontrar un buen trabajo en esta zona y por eso no se lo pensó dos veces cuando le ofrecieron la oportunidad de irse a estudiar a Pyongyang. Sus padres estaban encantados porque así le sería más fácil encontrar un trabajo en la administración local, pero ella preferiría trabajar en una empresa. Lo que no se esperaba es que se pasaría nueve meses pasando hambre y aburriéndose bastante. Al llegar a Pyongyang, la metieron en una residencia de estudiantes donde la comida estaba racionada y donde no tenía nada más que hacer que dar vueltas por la ciudad. Tenía clase de coreano de 8 a 12 del mediodía, junto a estudiantes norcoreanos y chinos. En total había unos 30 chinos de distintas universidades, Pekín, Shanghai, ... De la Universidad de Yanji vinieron cinco.

Dice que Pyongyang es una ciudad bonita, no está contaminada y se ve el cielo azul. “Un día me llevaron a la playa!”, exclama. Eso dice mucho del sentido de la estética de los pobres chinos, que se han cargado el medioambiente de su país. Ao Ze también notó que aquello era muy pobre: la gente no tenía dinero ni tampoco había tiendas ni supermercados. En la residencia no le daban mucho de comer y tampoco podía comprar comida fuera, así que Ao Ze se quedó en los huesos, como ahora, nueve meses después de su regreso.
Los chinos se movían con cierta libertad por la ciudad, pero los norcoreanos tenían prohibido salir del dormitorio y no podían hacer ni recibir llamadas. Tampoco podían hablar con tranquilidad entre ellos. Según nos cuenta Ao, había micrófonos escondidos por todas partes de la escuela para espiar las conversaciones entre los alumnos. También observó que los periódicos locales informan de que el resto del mundo es pobre y pasa hambre. “La prensa norcoreana miente” , se queja Ao. Según lo que cuenta, la prensa china a su lado merece un Pullitzer. “Mis amigas se lo creían todo”, dice Ao, pero al final, empezaron a sospechar de algo no encajaba. Por ejemplo, se fijaron en la cantidad de ropa que llevaban los chinos “Allí van todos vestidos todas igual, ellas con una falda tradicional, ellos con traje, y siempre de los mismo colores: azul, blanco, negro”, explica nuestra amiga. Las norcoreanas también se sorprendieron al ver los billetes de Yuan que llevaba Ao en el monedero. “En Pyongyang puedes pagar con cuatro monedas diferentes: yuan, dólares, euro y yen”, nos explicó.

Las estudiantes más ricas eran las hijas de funcionarios del gobierno norcoreano. Vivían en dormitorios a parte, y tenían ordenador, televisión, DVD y reproductores de Mp3. Ao asegura que eran Ipods. El problema es que sólo pueden ver pelis nacionales y escuchar música norcoreana. En la universidad no hay Internet.

Lo más sorprendente es la indiferencia con que Ao Ze cuenta su experiencia en Corea del Norte. Puede que sea reservada o qué no haya entendido donde ha estado viviendo. Para un estudiante chino, Corea del Norte es sólo un “país muy pobre, donde no hay libertad”, como dice nuestro guía, compañero de Ao. “En China me siento totalmente libre”, añade.
“¿Alguna vez llamas a tus amigas de Pyongyang para saber como están?” le pregunto a Ao. Me responde: “¿Para qué, si nunca tienen nada que contarme?”.